Historias para A(r)mar la Historia
Por Ramsés Ancira
Gracias
a la postura de Enrique Peña Nieto y el canciller Luis Videgaray, quienes sin
que nadie se los pidiera anticiparon que no reconocerán la independencia de
Cataluña, los mexicanos estamos facultados para solicitar a todos los gobiernos
democráticos del planeta, que por ningún
motivo reconozcan al gobierno de México, en caso de que una minoría se alce con
el poder, como ha ocurrido con el PRI en las últimas décadas.
La
independencia de México fue un proceso largo y costoso debido a que ante la
falta de reconocimiento de España, el país tuvo que solicitar préstamos a
Inglaterra para reforzar los gastos de la defensa. Los intereses de esta deuda
fueron tan altos que no pudieron ser pagados hasta el gobierno de Juárez y
entre tanto México fue invadido por Estados Unidos en 1847, lo que tuvo como
consecuencia la pérdida de más de dos millones de kilómetros cuadrados.
En
el siglo XXI ya no se usa invadir territorios, salvo en el caso de Israel a
Palestina o Marruecos al territorio Sarahuí, pero durante los gobiernos del PRI
y el PAN, México ha exportado más plata que durante los 300 años de conquista
española y no sabemos bien cuál ha sido la ganancia del país, por lo que en términos
simples, México tendría mayores rendimientos económicos independizándose del PRIAN que los
que tuvo en su momento independizándose de España.
La
Doctrina Estrada que predominó durante todo el siglo XX y parte del XXI, hasta
antes de que OHL y Oderbrecht influyeran en la política y la economía mexicana,
establece que cada pueblo tiene el derecho de establecer su propio gobierno y
de cambiarlo libremente, sin necesidad del reconocimiento de nadie.
Bajo
este principio los mexicanos tenemos derecho de elegir un gobierno que no sea
del PRI ni del PAN y si se imponen por la fuerza del fraude electoral o la concertacesión, ningún país debería
reconocerlos. Muy mal negocio debe ser para un país extranjero, reconocer un
gobierno que esté descalificado por sus propios ciudadanos.
Los Tratados de Córdoba
Hemos
perdido de la memoria histórica el hecho
de que la Independencia de México estuvo a punto de ser reconocida por el
propio Fernando VII, lo que finalmente no se logró porque los mexicanos no nos
pudimos poner de acuerdo entre una República Federal y un Gobierno Centralista,
la misma razón que esgrimió Texas para declarar su independencia, antes de
sumar su estrella a las otras, en la bandera de Estados Unidos.
Esta
historia empezó cuando el rey de España envió al virrey Apodaca una carta en la
que solicitaba un diplomático, o un soldado carismático, para negociar de una
vez por todas con los insurgentes.
Esta
carta fue conocida por María Ignacia Rodríguez de Velasco de Osorio Barba y
Bello Pereyra, mejor conocida por la historia como “La Guera Rodríguez” quien
además de simpatizar con la independencia desde tiempos de Hidalgo y haberle proporcionado fondos para el levantamiento, ahora era amante del general
Agustín de Iturbide. Ella utilizó su influencia en la Corte, y su información
privilegiada sobre los escándalos de alcoba en la Inquisición para proponerlo a
la Corona para entrevistarse con Vicente Guerrero.
Tras
el Abrazo de Acatempan, se propuso al propio Fernando VII, o sus hermanos, que
vinieran a ocupar el trono del imperio mexicano, pero a falta de su decisión,
las cortes podían nombrar a un mexicano, Iturbide confiaba en que sería él. Por
parte de España Juan O’Donojú no llegó a jurar como virrey, pero sí era el
máximo jefe político español, así que su firma de reconocimiento al imperio
independiente, se consideraba suficiente.
O’
Donoju murió súbitamente, una versión dice que por un problema pulmonar, otra,
que fue envenenado, el caso es que cuando Iturbide fue depuesto con el Plan de
Casamata, volvieron los riesgos de una invasión española desde Cuba.
Guadalupe
Victoria, quien había establecido relaciones diplomáticas con Inglaterra,
aceptó un préstamo de las casas bancarias Barclay y Goldshmidt para crear la
marina armada de México y evitar una reconquista española. Por el momento se
fortaleció la soberanía, pero al mismo tiempo inició la deuda externa de
México.
Regresamos
al siglo XXI y nos encontramos con un gobierno que no quiere resolver los
asesinatos de Iguala cometidos en la madrugada del 26 de septiembre de 2014, y
tampoco la subsecuente desaparición de 43 estudiantes normalistas; con el único
gobierno de América Latina que archiva, en lugar de investigar los sobornos de
la empresa Oderbrecht, y se deshace al menor pretexto del fiscal que logró
probar las desviaciones de recursos públicos de al menos dos gobernadores,
ambos de apellido Duarte, para las
campañas del PRI.
Un
gobierno que no quiere gobernar con transparencia no puede ser reconocido por
sus ciudadanos, y en consecuencia tampoco por otros gobiernos. ¿Cataluña debe
aceptar a un gobierno que literalmente les pega garrotazos a sus ciudadanos? ¿Le debe importar el reconocimiento o no de un gobierno de legitimidad cuestionada como el de México?
Candidaturas
Independientes
Tras los primeros años de la conquista de México se reconoció el derecho
de una República de Indios, un proyecto de relativa autonomía que no parece
tener equivalente en nuestros días.
La posibilidad de que alguna de las candidaturas independientes tenga
éxito preocupa a quienes piensan que con
ellas lo único que se va a lograr es el debilitamiento de la oposición al
partido en el poder y al frente partidista, que no ciudadano, que integran PRD,
PAN y otros partidos.
Aun así, el solo hecho de integrar a la contienda al Congreso Nacional
Indígena (del que forma parte el Ejército Zapatista, pero no es todo)
representa la oportunidad de incorporar a la campaña otras propuestas, otros
puntos de vista. El hecho de que se recaben firmas para darles la oportunidad
de competir, es una forma de evitar la exclusión ancestral, aunque a la hora de
votar sean otras las condiciones y los factores a tomar en cuenta.
Por ahora se trata solamente de democratizar la boleta. En julio de 2018
la decisión tendrá sus propias razones acerca de la continuidad hacia el
desastre o la posibilidad de un cambio aunque sea gradual y no definitivo, como
es de por sí gradual
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